Por primera vez Mandíbula se publica en México, ésta no es una novela de terror, pero es una narración para explorar esos miedos que atormentan a Mónica Ojeda. Ahora aborda el miedo, pero desde el ámbito femenino.
Ciudad de México, 6 de agosto (SinEmbargo).– A Mónica Ojeda no hay que perderla de vista. La escritora ecuatoriana se ha convertido en los últimos años en una de las novelistas más importantes de Latinoamérica; su libro Nefando (Almadía, 2020) la mostró como una narradora de los lados oscuros del ser humano y es esta línea la que continúa explorando.
En su novela Mandíbula (Candaya, 2022), Mónica Ojeda cuenta la historia de una estudiante del Opus Dei, quien fue secuestrada por su maestra. Desde el primer capítulo, la escritora introduce al lector en la cabeza de la protagonista por intentar descubrir qué es lo que está pasando y cómo llegó hasta ese punto. Bastan las primeras páginas para no querer despegarse del libro y seguir descubriendo a las mujeres que la rodean.
En entrevista, Mónica Ojeda cuenta que quería hacer una novela sobre el miedo que producen las pasiones intensas que existen en las relaciones que se dan entre mujeres, es decir: “madre-hija, mejores amigas, hermanas, profesora-alumna”, las cuales “son intensas y siempre están al borde de la violencia. El amor es violento. El deseo es violento. Por eso intentamos educarlo y limpiarlo: porque viene sucio, porque nuestras emociones naturales pueden llegar a ser destructivas”.
Mandíbula no es una novela de terror, pero es una narración para explorar esos miedos que atormentan a la escritora. Ahora aborda el miedo, pero desde el ámbito femenino.
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—Es un libro que hace que indagues sobre los traumas de otros, pero además de nosotros mismos.
—La escritura es conflicto y herida y, por lo tanto, trauma. También es belleza y alegría y goce, por supuesto, pero es que la herida no está necesariamente desprovista de goce. La escritura es deseo, es decir, belleza y carencia. Es un ejercicio privilegiado del pensamiento que vuelca la mirada hacia el interior. En Mandíbula los personajes están marcados por sus heridas, sus deseos, sus miedos. A través de sus vulnerabilidades los conocemos (y también de sus crueldades y vilezas).
—Al leer el libro, sentí por un momento que leía a Mariana Enríquez o a Fernanda Melchor. ¿De qué forma han impactado las letras de estas escritoras en tu narración?
—Siento que mi escritura es muy distinta a la de ellas, aunque son escritoras a las que admiro mucho. Tenemos en común un interés por la violencia, por la tiniebla interior, por el deseo y el miedo, pero nuestros proyectos literarios son disímiles y aún más nuestra forma de relacionarnos con la palabra.
—En alguna entrevista leía que escribes para no tener miedo, ¿los temas que retratas en esta novela te dan miedo o te perturbaban?
—Es verdad que escribo para no tener miedo, pero siempre fracaso. Lo sigo intentando de todos modos. Siempre hay que intentar. En Mandíbula el miedo se produce a través de lo frágiles que somos en el amor, en las relaciones de amistad y de familia. No hay miedo más grande que aquel que sientes por la voracidad de tus propias pasiones.
—¿En qué momento decidiste que todos los personajes de la novela tenían que ser mujeres, porque además son muy pasionales cada una de ellas?
—Me interesan los personajes que están en situaciones límite, extremas. Creo que algo muy verdadero sale en nosotros cuando nos vemos bordeando el límite. Dejamos de fingir, de aparentar, y nos entregamos a lo animal y a lo indomesticado de nuestras mentes. Yo quería hacer una novela sobre el miedo que producen las pasiones intensas en relaciones que se dan entre mujeres: la relación madre-hija, mejores amigas, hermanas, profesora-alumna, son intensas y siempre están al borde de la violencia. El amor es violento. El deseo es violento. Por eso intentamos educarlo y limpiarlo: porque viene sucio, porque nuestras emociones naturales pueden llegar a ser destructivas.
—Aveces es difícil de externarlo y más en un momento en el que estamos hablando de la unión entre mujeres, sin embargo, en la novela muestras que no todo es “miel sobre hojuelas” y el daño que nos hacemos entre nosotras es grande, ¿qué te llevó a pensar en esa situación?
—No encuentro que sea una situación extraña: los seres humanos nos hacemos daño entre nosotros, incluso cuando queremos a alguien (sobre todo cuando queremos a alguien) acabamos haciéndole daño. Las relaciones no son lugares libres de violencia, menos cuando se trata de relaciones pasionales. Pasión significa "padecer". Uno padece sus deseos. Hay algo luminoso y hermoso en desear, pero también algo oscuro y terrible. Mandíbula acabó siendo una novela sobre esa aparente contradicción.
—Annelise es el personaje que más me impacta, porque la violencia que ejerce sobre las demás tiene que ver con el lenguaje y las palabras, ¿cómo describes la manera en que concebiste su personalidad y por qué?
—Annelise es un personaje altamente manipulador. A mí me producen terror las personas que tienen esa habilidad porque son capaces de meterse en tu cabeza y hacer que acabes pensando en lo que jamás habrías pensado de otro modo. El miedo a las palabras, al pensamiento, también es uno de los que se aborda en la novela. Al final nuestras heridas psíquicas suelen ser heridas de lenguaje.
—¿Por qué abordar la violencia entre mujeres y de ese círculo social: Opus Dei?
—Quise escribir sobre mujeres y chicas en un ambiente opresivo, donde la sexualidad estuviese reprimida (entre tantas otras cosas). Precisamente es esto lo que hace que luego todo explote, porque no hay nada más estimulante que lo que está prohibido. Ese espacio religioso, pacato, se convierte en una olla de presión para estas chicas que están descubriendo su sexualidad y los límites de su propio deseo.
—¿Qué has encontrado escribiendo del Opus Dei desde el horror? Lo pregunto, porque las protagonistas juegan sobre sus propias críticas que se hacen de esta religión.
—En la novela las protagonistas son adolescentes que están en un colegio Opus Dei en Guayaquil, Ecuador. Recuerdo que me metí en la página web de uno de esos colegios élite y aluciné. No esconden que educan a las mujeres para ser buenas esposas y madres. Es lo que más me impresionó: el hecho de que la educación estuviera abiertamente dirigida a establecer roles inflexibles y violentos. El horror es que, como mujer, crezcas en un ambiente así y en el que tu posibilidad de decidir, experimentar, etc., sea nula. El horror es la ausencia de libertad.